"Me preocupa mucho el futuro de esta Universidad.", comienza diciendo Patricio Meller, al recibir la Medalla Juvenal Hernández, de la Universidad de Chile, y prosigue... (por su interés, y por lo difícil de encontrar el texto, lo transcribo íntegro):
"Por ello, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones con respecto a lo que está afectando actualmente a las Universidades en todo el mundo. Estas observaciones intentan reflejar el debate existente hace ya cierto tiempo en las Universidades norteamericanas.
Se dice que el rol fundamental de la Universidad es ordenar el conocimiento existente y generar una síntesis interpretativa del mundo que nos rodea. La crisis por la cual están pasando todas las Universidades del mundo, no está vinculada al impacto que el mercado tiene sobre un mayor comportamiento mercantilista de la Universidad, i.e., no radica en que “la Universidad esté vendiendo su alma al mercado” sino que el problema de fondo es algo mucho peor: es la incapacidad o imposibilidad de cumplir su rol esencial, i.e., construir una visión coherente y compartida del mundo actual.
Este siglo XXI es considerado el “siglo del conocimiento y de la información”. Luego, resulta paradojal que siendo la Universidad la institución supuestamente clave tanto para el conocimiento y la información, esté siendo cuestionada desde diversos flancos.
Los recursos públicos destinados a las Universidades han disminuido. El gasto en Educación Superior (ES) no sólo compite con el gasto en salud y los programas sociales, sino que también con los recursos para la educación primaria y secundaria. Esto siempre ha sido así, pero hoy en día las demandas de recursos requeridos, en general, para todas estas actividades han aumentado y la sociedad percibe actualmente que la Educación Superior tiene una prioridad pública relativamente menor. Ha habido un cambio de paradigma respecto a la Educación Superior, por cuanto ahora se cree que la ES genera hoy principalmente beneficios
privados; en el pasado se estimaba que generaba fundamentalmente bienes públicos y, en consecuencia, había apoyo de toda la sociedad.
Dada la reducción relativa de recursos públicos y los elevados gastos que implican los requerimientos de equipamiento y modernización tecnológica, las Universidades se ven obligadas a generar fondos, y lo hacen a través del aumento de los aranceles a los estudiantes. Obviamente los estudiantes y sus familias cuestionan el
costo creciente de la Educación Superior, que ahora representa un porcentaje importante del presupuesto familiar. No obstante esto, ha aumentado la demanda por cupos universitarios. Hay tres motivos para ello: (i) este título es vital para enfrentar un futuro cambiante e incierto, (ii) un grado universitario es el más
importante mecanismo de movilidad social, (iii) la tasa de retorno de un título universitario supera el 20%.
Por otra parte, al haber una masificación de la Educación Superior, hay una pérdida de calidad del aprendizaje debido a tres fenómenos distintos. Primero, al ingresar un mayor número de estudiantes, se admiten alumnos con menores aptitudes. Los profesores tienden a adaptar la enseñanza al nivel del alumno promedio y este promedio ha disminuido. Segundo, si bien el proceso de aprendizaje universitario depende en gran medida de los profesores, también incide la interacción con los compañeros de curso. Tercero, para evitar un incremento de los costos, las Universidades amplían el número de alumnos por cada clase y, además, contratan profesores-hora (jornada parcial). Como resultado final, los alumnos pagan más por una educación universitaria de peor calidad.
Los profesores universitarios de jornada completa no sólo tienen que hacer docencia sino también investigación. Existe un largo debate sobre la interrelación entre estas dos actividades. Se plantea que la investigación es condición necesaria pero no suficiente para hacer buena docencia. La labor de investigación obliga a los académicos a estar al día en los últimos avances de su especialidad y esto se utiliza para la docencia.
Pero no es obvio que un buen investigador tenga precisamente buenas aptitudes pedagógicas; aún más, para los profesores universitarios no existen cátedras de instrucción o enseñanza para transformarlos en distinguidos docentes.
Por otra parte, en la promoción de la carrera académica sólo interesan (i.e., sólo se computan) los artículos publicados; en consecuencia, los académicos no tienen incentivos para hacer clases excelentes. Esto obviamente afecta el nivel de aprendizaje de los estudiantes.
Por último, ha habido un doble cuestionamiento al modelo “torre de marfil universitaria”. Parte importante de la opinión pública siente que las Universidades han sido enclaves protegidos para que los “monjes académicos” puedan reflexionar tranquilamente. Han surgido dudas sobre cuál es la rentabilidad social de esa actividad. Además, ¿por qué esto sería permitido sólo a los profesores universitarios y no a los poetas, los artistas y los filósofos?
El otro cuestionamiento, más complicado como siempre, es la crítica interna, desde adentro, de distintos académicos (principalmente norteamericanos) que discuten la validez del actual quehacer universitario. Allan Bloom es quien inicia este tipo decrítica en su excelente y popular libro The Closing of the American Mind (1987) (“El Apagón de la Mente de los Americanos”). Los jóvenes ingresan a la Universidad con la ilusión que van a encontrar respuestas a las interrogantes existenciales básicas ¿quién soy?, ¿qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿hacia dóndevamos?, ¿cómo entender el mundo en que vivimos? La frustración es enorme; estas preguntas no están en el temario de los cursos de la mayoría de las carreras.
La Universidad no ofrece al joven estudiante una visión (o un conjunto de visiones alternativas) de cómo es el mundo y qué es lo que es el hombre. La propuesta de Allan Bloom está orientada a reintroducir en un lugar privilegiado del currículo universitario (de todas las carreras) los cursos de formación general y humanística. Los jóvenes universitarios debieran comenzar leyendo y discutiendo las perspectivas y planteamientos que tenían Sócrates, Platón y Aristóteles y terminar con las visiones de los pensadores actuales; además, debieran leer los “clásicos” desde Shakespeare y Cervantes a Kafka y Borges.
Es interesante destacar que esto ha sido planteado respecto del sistema universitario norteamericano, en que los alumnos ingresan inicialmente al College, donde tienen ramos en una gran variedad de disciplinas. Obsérvese el contraste con el esquema de las Universidades chilenas en que los alumnos no se matriculan realmente en algo equivalente al College norteamericano, sino que ingresan a unafacultad; i.e., los jóvenes chilenos entran a una facultad y no a la Universidad.
La facultad es una especie de túnel (que tiene una extensión que fluctúa entre 5 y 7 años), en el cual adquieren una prioridad casi exclusiva sólo aquellas materias quetengan que ver con el grado profesional que va a adquirir el estudiante; en este“túnel universitario” no es posible ni rentable, desde el punto de vista de las notas, mirar lo que sucede en otras disciplinas.
Volviendo al cuestionamiento de AllanBloom ¿qué visión del mundo adquieren los egresados universitarios chilenos? La respuesta es simple: ninguna.
¿Cuántos libros o artículos no vinculados a su carrera leen los estudiantes universitarios? La respuesta es similar: ninguno.
Entonces ¿por qué causa tanta sorpresa el pésimo desempeño de los profesionales chilenos en los tests internacionales de comprensión de lectura? Casi el 60% de los profesionales (y gerentes) chilenos es catalogado como “analfabeto digital” (año 2000) (Meller & Rappoport, 2004). Aún más, ¿cuál es el grado de comprensión que tienen del complejo mundo global en que vivimos? Muchos altos ejecutivos-profesionales chilenos creen que Santiago es el centro del planeta y CasaPiedra es la sede de debate sobre la situación mundial; sin embargo, piden que las ponenciasy argumentos sean en castellano y usando palabras fáciles. Hay otros académicos (norteamericanos) que han planteado severas críticas adicionales (citados en Bowen & Shapiro, 1998, pp. 4 y 5). “La gran mayoría de la (así llamada) investigación producida por las Universidades modernas es totalmente inútil… No genera beneficio cuantificable para algo o para alguien (salvo para la vanidad de su autor)” (P. Smith, 1990).
En síntesis, la Universidad actual está sometida a una gran variedad y disímiles presiones externas. En la parte didáctica, enfrenta y absorbe una enorme expansión de la matrícula y, simultáneamente, se le exige que mantenga una docencia de alta calidad.
Asimismo, el contenido curricular tiene que ser revisado para ampliar el nivel de comprensión del ininteligible mundo actual. Aún más, tiene que evitar que se genere un grave desequilibrio entre oferta y demanda de profesionales en cada especialidad. En la parte de investigación, ésta debiera facilitar la adaptación de la tecnología moderna y, al mismo tiempo, tiene que contribuir a inducir nuevas innovaciones. En la parte de extensión se solicita a los académicos que participen y opinen sobre complicadas materias contingentes; además, que proporcionen predicciones sobre el impredecible futuro. Todo esto, con una menor disponibilidad de recursos públicos y empujando la lógica del autofinanciamiento. Muy pocos entienden que hay trade-offs (conflictos); tratar de cumplir bien un objetivo afecta el cumplimiento y la calidad de los otros.
Termino citando casi textual al Presidente de la Universidad de Michigan(Duderstadt, 2003, p. 334): “Durante mil años la civilización se ha beneficiado de la existencia de la Universidad, la cual ha sido un lugar de aprendizaje en que ambos, jóvenes y viejos, adquieren no sólo conocimientos y habilidades, sino que [además]valores… La Universidad ha mantenido y transmitido nuestra herencia cultural e intelectual, y al mismo tiempo ha desafiado nuestras normas y creencias. Ha producido los líderes de la Sociedad... Y ha hecho todo eso preservando los principios y valores esenciales para la academia: libertad académica para decir lo que se piensa, libertad de investigación, apertura a nuevas ideas, compromiso con el análisis riguroso y una pasión por la enseñanza”.
Entonces, la cuestión de fondo ante los momentos críticos actuales no es si la Universidad se va a transformar o no para enfrentar este impredecible Siglo XXI, sino... ¿Cómo va a hacerlo? ¿Y qué va a hacer la Universidad de Chile a este respecto?"
Notables reflexiones. Urgentes.