Durante este último par de semanas he estado viendo, como casi todo el
mundo (literalmente), los Juegos Olímpicos.
Informándome un poco más sobre los distintos deportes, encontré este artículo en la revista Slate que trata acerca de cómo en el salto
largo, a diferencia de otras disciplinas, los records han ido empeorando a
través del tiempo (o al menos no han mejorado). Esto tanto en hombres como en
mujeres. Entre estas últimas, el record mundial data de 1988, luego que fuera
roto 11 veces durante esa década. En la categoría masculina, el record mundial
fue establecido en 1991, cuando Mike Powell le ganó a Carl Lewis en el mundial
de Tokio. Desde entonces, el salto largo parece haberse congelado. Compárese,
por ejemplo, con los 100 metros planos, donde los mejores tiempos han sido
pulverizados una y otra vez en las últimas dos décadas (lo de Bolt es casi para
no creerlo!).
Con todo, el tema no es que no se hayan roto los records de salto largo.
Para ser justos, el record femenino en los 100 metros permanece igual desde
1988, y algo similar sucede en otros deportes, como el salto alto. El tema es
que en salto largo los atletas no están ni siquiera cerca de romperlos, e incluso parecen alejarse.
Puede haber una explicación de competencia para esto, que tiene que ver
con los incentivos a participar en la disciplina. Dedicarse al salto largo es simplemente
muy costoso. Para saltar, los atletas deben ser rápidos (muy rápidos). Sin
embargo, dada esta condición, para un atleta resulta hoy en día más rentable
ser un corredor promedio de 100 metros planos que dedicarse 100% al salto
largo. El resultado: la competencia se empobrece. Esto suena al viejo análisis
de la Escuela de Harvard: la estructura (un mercado poco competitivo) impacta en
la performance (un pobre desempeño) y
por ende en los resultados (no se rompen records).
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